28 junio 2016

Quehaceres



Estuve secuestrada al cumplir un año.
Veinte días es un montón de tiempo.
Estaba adoptada al cumplir dos.
No supe mi historia hasta los veinte.
Ya pasaron más de veinte desde entonces.
Cuarenta y un años de vida.
Cuarenta de sobre vida.
Y todavía no sé que hacer. Qué hacer con las instituciones, los uniformes y los recursos reciclados del terrorismo de Estado. Qué hacer con la derrota. Con los trofeos. Con las revoluciones. Con la solemnidad. Qué hacer con los datos sueltos. Qué hacer con el dolor que se cuela en cada fibra para anidar. Qué hacer con el futuro. Con los recuerdos. Con las decisiones fundamentales. Con el tiempo que pasa y se va. Qué hacer con los fantasmas. Con las obsesiones, las fobias. Con el sueño interrumpido. Con el barrote mental. Qué hacer con todo lo que no se puede hacer. Con el impulso paralizado. Con el hambre vital. Con la ilusión. Qué hacer con todas las letras, las palabras, los libros. Con el peso de la historia. Con los cofres que atesoran la desgracia. Qué hacer con las cenizas de las flores. Con las revelaciones. Con el olor adhesivo. Con la diversión. Con esos pasillos. Qué hacer conmigo ahí. Con nosotros ahí. Qué hacer con ellos. Con ese lugar. Con las tensiones. Con la herida abierta. Con la mente en fuga. Con la lesa humanidad. Qué hacer con los ojos del pasado. Con las puertas cerradas. Con los candados. Qué hacer con el destierro. Con el desarraigo. Con el alma en pena. Con el orden que no quiero alcanzar. Qué hacer con lo que acumulo. Con lo que siento. Con lo que vengo haciendo mal. Qué hacer con esto que resbala y se vuelve a escapar.