Cuando nos empezamos a agrupar bajo ese nombre todavía estábamos en edad de ser Hijos y no había nada fuera de lugar llamándose así. Con los años, me di cuenta de que el rótulo Hijos-de funcionaba como filtro, como un escudo que proteje a los demás de oír claramente: que el terrorismo de estado fué en contra nuestro, en primera persona y no solamente en contra de nuestros padres. Aunque es verdadero y legítimo que somos y seremos para siempre Hijos-de, es solo una parte de lo que somos y funciona como una distracción que diluye el peso de nuestras propias vivencias, alejando el foco de atención, moviendo el eje.
Somos la última generación afectada directamente por represión de la dictadura, no solamente los huerafanitos, hijos de la generación desaparecida. En muchos casos, somos o fuimos, los desaparecidos mismos. Los desaparecidos más jóvenes, los nacidos en cautiverio. Los niños hechos prisioneros, botín de guerra, torturados para que nuestros padres cantaran. Fuimos baleados. Vimos como acribillaban a papá o violaban a mamá.
Y me doy cuenta de que mis hijos, también son Hijos, sobrinos y nietos (de desaparecidos). Aunque todvía no existan palabras para contárselos. Como no existen palabras para tantas cosas. Palabras que sinteticen, que contengan, que signifiquen algo de todo esto que hay para contar. Que expliquen las remotas y particulares consecuencias del terrorismo de estado sigue ofreciendo, aún pasado todo este del tiempo. Palabras que habremos de inventar si queremos decir algo nuevo, algo propio sobre lo que nos pasó, sobre lo que no nos ha dejado de pasar.