Es curioso como los Hijis les decimos a nuestros viejos: “Viejos”.
Justo a ellos que no llegaron a envejecer -el mío, que era de los viejos más viejos, nomás llegó a los 46-.
Cuando vivían no se los llamaba así. Cuando aprendimos a nombrarlos, seguramente aprendimos a hacerlo de otra manera.
Decirles “Viejos” a los padres no es algo tan, tan viejo, es una especie de transgresión, una forma de traerlos con nosotros a la actualidad, de modernizarlos un poco a todos ellos, que quedaron para siempre tan anticuados, jóvenes y setenteros.
Qué decimos cuando les decimos viejos.
Decirles “Viejos” es una provocación. Un coqueteo con: cómo hubiera sido, como si existiera ese universo paralelo, ese lugar, esa cosa, donde nada, nada está resuelto…
Como si nombrándolos de es forma, les pudiéramos dar a ellos algo de quienes somos nosotros ahora. Nuestras propias palabras.
Aunque decimos “Viejos” y no es más que un modismo, vigente, pero también bastante viejo. -aunque no tan viejo como nuestros viejos-
Viejos, son los trapos, diría mi vieja.
-que no era vieja y no se que diría-
Vieja no, perdón entonces: Mami.