20 julio 2021

Política del Inconsciente y discurso jurídico. A propósito del sueño-testimonio de Ángela Urondo Raboy, por Fabiana Rousseaux

 

Política del Inconsciente y discurso jurídico. A propósito del sueño-testimonio de Ángela Urondo Raboy

Por Fabiana Rousseaux

Foto Grete Stern, Los sueños, 1948-1951

                                                       “…lo que se perdió irradia todavía perdidamente”

Pascal Quignard, Sobre lo anterior

En este texto trataremos de pensar el derrotero que tuvo el insistente sueño de Ángela[1], hasta irrumpir en el escenario del derecho penal -más precisamente en los juicios por delitos de lesa humanidad en la Argentina-, para dar cuenta de las implicancias que el inconsciente puede tener sobre el  discurso jurídico.

Las derivas de lo que el psicoanálisis introduce, si el discurso jurídico toma nota de él, van en la línea de lo que la izquierda lacaniana le propone a la política: hacer lugar a la fractura del Sujeto, aún en este caso, dentro del escenario testimonial, donde el discurso científico entraña la transmisión de una verdad íntegra.

Tomaremos en primer lugar la palabra de Ángela en las sucesivas entrevistas que mantuvimos en torno a su sueño, para luego intentar pensar de dónde proviene esa verdad desconocida para ella misma, y el lugar que fue adquiriendo a partir de constituirse en testimonio. Podríamos decir tomando a Lacan “Nada más compacto que una falla”, proveniente de la división del Sujeto, para orientarnos en esta lectura.

Entre los temas que podríamos introducir para afirmar que Lacan–emancipa, el referido al cruce de estos discursos, es uno de los más sugerentes.

SOMNUS

Yo soñaba con este lugar durante gran parte de mi infancia. Tenía una pesadilla recurrente que era más o menos igual siempre. Una pesadilla donde yo recorría lugares físicos, pasillos con puertas, veía la fachada de una esquina con una perspectiva particular, o entraba en una habitación que estaba iluminada pero no veía ventanas ni luces,  o escuchaba pasos que se acercaban por el recorrido de una escalera.

Este sueño a medida que pasaban los años, se repetía. Con variantes. A veces yo iba por ese pasillo, me perseguían y corría, sentía desesperación. Otras no. Sueños de mucha angustia pero sin embargo yo me despertaba y no podía decir qué de eso me daba angustia. Entonces me despertaba y decía “soñé algo feo”. 

Nada de eso tenía ningún anclaje en un lugar de miedo. Yo no tenía miedo de algo en particular. Había un pasillo, nada más. O una escalera. No había correlato entre las imágenes de mi sueño y la explicación que tenía en ese momento sobre lo que había ocurrido en mi vida. Capaz que si hubiese sabido que estuve secuestrada junto a mi madre o que los milicos (militares) nos persiguieron a tiros en un auto, hubiese podido ligar esas sensaciones con mi sueño, pero como no lo sabía, para mí eran imágenes incongruentes.

(Ángela viajaba con sus padres en el auto que fue interceptado y atacado en un operativo en la ciudad de Mendoza, en la vía pública, a la vista de todos. No “supo” nada de este hecho hasta su adolescencia. Sin embargo la versión con la que había crecido –a instancias de los familiares que la criaron- era que junto a sus padres había tenido un accidente automovilístico del cual ella era la única sobreviviente).  

Esto que yo soñaba no tenía nada que ver  con un accidente de auto. No soñaba que chocaba, soñaba con otra cosa que no me podía explicar. Cuando llegué a grande, dejé de soñarlo a partir de una experiencia particular que vivíHacía poco se había muerto alguien que yo quería mucho y por esos días en lugar de ir con los sueños hacia ese muerto  -podría decirlo de ese modo-, volvió a aparecer el sueño que yo tenía siempre.

Esta vez no se me presentó como pesadilla sino como un sueño vívido. No tuve miedo. Volví a ver el pasillo y las puertas,  yo iba abriendo las puertas y descartando las caras borrosas de personas que veía. Hasta que llegué a la última puerta donde veo a mi mamá. Voy hacia ella y cuando llego, la abrazo pero ella se desintegra, eso sí me dio miedo, recuerdo.  Cuando desperté  tuve un flash de realidad y dije “me parece que yo estuve en ese lugar”.

DESEO DE DESPERTAR

A partir de allí surgió una pregunta inédita  ¿Podría ser que eso que soñaba era un lugar real? ¿Un lugar remoto?

También me di cuenta ese día, que en el sueño no me perseguían a mí ahí adentro. Que la ansiedad estaba en lo que no encontraba. Yo buscaba a mi mamá y la ansiedad venía de buscar. No era que me corrían y yo escapaba. Era otra acción, un sentimiento similar, pero era justo el movimiento inverso.

Además  nunca soñé con ninguna persona hasta ese día, siempre habían sido edificios, lugares. Creo que guardé las miguitas de pan para poder volver. Algo así como: Parto desde acá, el punto de partida donde perdí a mi mamá, que es lo único que registro en el mundo; el último lugar donde la vi que tenía una esquina, después hay un lugar con ventanitas, después hay un pasillo, lo que registré en mi cabeza es el caminito para ir a ella. Buscaba puerta por puerta, esta no es, esta no es, esta no es…

IRRUPCIÓN DE LO INCONSCIENTE EN EL MUNDO JUDICIAL

Quince años antes del inicio de los juicios de lesa humanidad, ya dibujaba ese sueño. Cuando comenzó el juicio por el caso de mis padres en Mendoza, hice este relato ante los abogados, y ellos me dijeron que no sabían qué valoración  podían hacer los jueces, pero que iban a analizar la posibilidad de que yo testimonie porque ese relato coincidía con los relatos de sobrevivientes. Y añadieron que era importante que pudiera ir a hacer un recorrido por el D2, porque estaba muy presente en mí ese lugar, con muchos detalles que si bien yo no sabía de dónde venían -más que del sueño-  eran coincidentes con otras declaraciones de personas que “habían estado” allí.

Algunas sobrevivientes me cuentan que el día que llevaron a mi mamá al D2 preguntaron si había ropa de bebé, lo cual podría ser la corroboración de que estuvimos secuestradas allí juntas”. (Algo que por supuesto Ángela “no sabe”, al menos no por la vía del recuerdo).

Cuando se inicia el juicio, se realizan diversos recorridos de los/las sobrevivientes con los jueces y aparecen imágenes en los diarios. Uno de esos días abro el diario y veo la foto de la puerta del D2, con la mirilla y digo con gesto de ahogo y todo ¡Ay Dios mío, esa puerta la conozco! En ese momento  empecé a pedirles que cuando fueran a ese lugar, me dejen ir a mí también.

“MEMORIA INMADURA”

Empecé mi testimonio explicando que el apellido con el cual estaba declarando no era el mío -ahí todavía tenía el apellido que no me correspondía-, y explicando que lo que iba a testimoniar eran en parte relatos y en parte “memorias inmaduras” que yo conservé en formato de sueños pero que tenía la certeza de que estaban compuestas por cosas que eran verdad, que yo las iba a contar así y que después ellos hicieran la valoración que consideraran más pertinente. Declaré todo el día.

Al día siguiente, estaba pautado un recorrido por el lugar donde había sido el operativo en el que estuvimos mis padres y yo, y me sumé. Se comenzaron a concatenar las escenas. Al salir de allí volví  al CCD e hice un recorrido más exhaustivo, busqué la escalera que retornaba en mi sueño. Me mostraron una y yo dije que no era esa, esa era ancha y yo buscaba una más angosta. Con algo de metal,  y la gente que estaba allí presente, se da cuenta que esa escalera que describía era la que llevaba a la sala de torturas. Accedo a verla. Y cuando la veo la “reconozco”.

Es muy loco porque yo me acordaba de ruidos de ese lugar, de la escalera sobre todo. Me acordaba en forma de pantallazo y no sé por qué, pero recordaba una habitación, con luz pero no tenía recuerdos de ninguna ventana. Cuando llegamos a una de las habitaciones del recorrido, descubro que tiene claraboyas en el techo! El D2 tiene la particularidad de tener ventanas bloqueadas con cemento, como un bunker y todas las habitaciones del piso superior tienen iluminación desde arriba. Eso fue muy revelador para mí, esa era la luz que retornaba también en mi sueño desde arriba.

Lo curioso es que cuando hice este recorrido, no me vinieron memorias nuevas, ni que me completasen un cuadro excepto ver la escalerita, los ruidos, la vibración, el color rojo, etc.  Ahí me di cuenta que todo lo que yo había soñado/testimoniado era así. Y era lo mismo que declararon los/las testigos. ¿Mi sueño era un recuerdo? Tuve esos sueños mientras  no supe nada de mi historia. Entre los 2 y los 15 años hasta donde recuerdo. Cuando empecé a tener alguna información más ligada a mi verdadera historia, no los volví a soñar.

Yo tenía 11 meses en el momento del secuestro, cumplí un año 11 días después, en el Centro Clandestino de Detención ó en la Casa Cuna (orfanato para niños/as) de la ciudad de Mendoza donde luego me llevaron, no lo sé con certeza, sólo sé que eso sucedía mientras mis familiares me buscaban.

Hasta aquí el recorte del sueño de Ángela y algunos datos muy precisos de su historia. Nos preguntamos con ella si podría ser que la justicia incluyera ese sueño como prueba. ¿Finalmente ese sueño provenía de un recuerdo ó de una vivencia? ¿Otros/as habían estado en ese sueño con ella? ¿qué inscripción tendría a partir de su “despertar”?

SUEÑO-TESTIMONIO, EL ESTATUTO DE LO PROBATORIO

Lo que intentaremos ubicar en este breve texto es el impacto inédito que este sueño “probatorio” -proveniente de una “memoria inmadura” como ella  lo nombra-, tuvo sobre el campo del derecho penal dentro del contexto de juzgamiento por delitos de lesa humanidad, en Argentina.

Trece años después de su magistral obra psicoanalítica y literaria de 1900, Die Traumdeutung, S. Freud escribe en una publicación conjunta con otros autores, bajo el título general de Contribuciones a la interpretación de los sueños. Allí aborda el papel que cumplen los pensamientos oníricos latentes en la formación de los sueños y publica dentro de esa serie lo que posteriormente se tradujo como  “Un sueño como testimonio”, donde analiza el sueño de una enfermera que revela la verdad de un suceso, al retornar bajo la vía onírica.

Nos servimos aquí de ese nombre para aludir e intentar bordear la pregunta sobre el estatuto de este sueño-testimonio de Ángela, que opera de un modo singular en la (re)construcción de un hecho traumático, trayendo lo que ha quedado reprimido de modo primordial, y que retorna con insistencia bajo el estatuto de un sueño reiterativo sin provocar ninguna pregunta en Ángela, hasta que ligándose a una muerte, irrumpe bajo otra lógica y la despierta, en el sentido que Lacan le da al despertar cuando en La Tercera sitúa que lo que mueve al Sujeto es un deseo de despertar. Aunque posteriormente en su última enseñanza avance hacia la formulación de que del sueño no se despierta jamás; más bien se despierta para seguir soñando, tomamos este primer análisis de la función del sueño para poder pensar sobre lo que “despertó” a Ángela y la hizo llevar el sueño a la justicia. Cabe aclarar que lo hacemos sirviéndonos de conversaciones con ella y de la inédita experiencia judicial llevada a cabo, dado que no se trata aquí de la interpretación de un sueño, lo cual es siempre bajo transferencia.

Si lo real irrumpe a  través de lo visto y oído, como ya señalaba Freud ¿la “memoria inmadura” que retorna en el sueño hecha de retazos de escenas vividas que pasan en Ángela como una película desenfocada, puede reproducir en esas marcas un tiempo pasado que como tal aún no existió?

Sobre esta cuestión y considerando el límite preciso que introduce Freud sobre el acceso a la verdad de lo que soñamos- el ombligo del sueño- resulta interpelante el punto de cruce que este sueño realiza de un modo privilegiado con la dimensión probatoria de una memoria que no sabe que recuerda, “memoria inmadura”, en su intersección vacía con el acto de soñar donde se evidencia la existencia del parlêtre en el retorno de una dimensión inasimilable.

En el encuentro con un episodio inesperado  -la muerte de un ser querido- Ángela  se pregunta si lo que sueña es una memoria de algo que vivió. Y frente a esta pregunta, el sueño se suspende como si eso certificara que efectivamente todo sueño es la repetición de una pérdida que insiste hasta ser recuperada por una vía significante. Recordemos que ella relata un pequeño retoque en su sueño cuando realiza el recorrido por el CCD y comienza a abrir todas las puertas, buscando algo que ella tampoco sabe qué es, y va descartando las caras borrosas hasta que en una puerta se encuentra con lo que llama “mi mamá”, la misma figura que se desintegró al intentar tocar, y allí sí, el miedo, la función de lo ominoso que tal como señala Freud, no refiere a lo desconocido, sino precisamente a lo que siendo familiar se torna in-familiar, Unheimlich, y es lo que le hace decir “ahí me di cuenta que no venía de atrás el movimiento que me empujaba, venía de adelante, de lo que yo buscaba: mi mamá”.   

Frente a este escenario, Ángela asume la decisión rubiconiana de transitar la pregunta que la despierta ¿yo estuve allí? y al recoger esa pregunta, termina asumiendo incluso hasta un nuevo estado civil, un nuevo nombre, un nuevo destino que leyendo al ¿pasado? reescribe su existencia para el  futuro.  Al “despertar” descubre también que el apellido que llevaba no era el que le correspondía, así como no sabía que transitar por esa pregunta la llevaría mucho más lejos que el desciframiento de un sueño y que asumiéndola sería representada por nuevos significantes,  “recién allí supe que el poeta Paco Urondo era mi padre.”  

LO JURÍDICO, LO ULTRACLARO Y EL NO-TODO

Para pensar la intersección que sin cuajar se introduce en la lógica jurídica con toda su fuerza –una fuerza que solo lo inconsciente puede provocar- , podemos servirnos del concepto de lo ultraclaro que Freud refiere como los efectos de retorno de la represión primordial, bajo la modalidad de Unterdruckung, hechas de la nitidez que en las representaciones simbólicas no se logran percibir.  Un modo de retorno que no transita exactamente las vías de las formaciones del inconsciente como sucedería con el material psíquico afectado por la represión (Verdrängung). En otros términos, lo ultraclaro que no es lo retroactivo, sino lo nuevo ultra-nítido que en este caso impone una relación nueva con la verdad. Una relación que el Sujeto puede asumir o no. Con fragmentos de lo real, retazos de lo inconsciente a los que Ángela llama de un modo rigurosamente ajustado “memoria inmadura”, sacándola -con ese nombre- de toda autoridad moral. Una memoria no autorizada, una memoria menor de edad, una memoria que tampoco  acepta ningún reproche, una memoria imponente y duramente verdadera, incluso arbitraria, podríamos decir.  Una memoria hecha con la tela del ombligo del  sueño pero que engaña ya que a la inversa de todo lo que suponemos ese ombligo no se aloja en el sueño sino que busca a través del sueño irrumpir en el sujeto. Ella no puede dar cuenta de esa memoria más que soñándola. Son los hechos desconocidos del cuerpo hablante que estuvo allí y que junto a los otros testimonios de “memorias autorizadas”  provienen de la historia “vivida” y despiertan a Ángela en un sueño insistente. Ella ni siquiera intenta apelar a la pregunta por los recuerdos, tacha de entrada esa memoria, para dividirla, descompletarla, es inmadura e inquietante en su modo y muestra que el sueño mismo ya es el efecto de interpretación. Está allí a la espera de ser leído.

Podemos pensar que el sueño de Ángela desde esta lectura, no se inscribe en la perspectiva del sueño traumático sino más bien en el sueño que oficia de sutura, al modo fantasmático de lo que no tenía modo de ser frenado por otra vía y donde la irrupción de lo traumático inicial en el contexto de aquellos acontecimientos extremadamente violentos, podían irrumpir perforándolo todo. Aquí “las miguitas de pan para poder volver”  se vuelven metáfora implacable del estatuto que este sueño  quizás tuvo.  La luz de las claraboyas en el techo, el ruido metálico de las escaleras, el estridente e invasivo color rojo que se vuelven “prueba judicial”, son los fragmentos que cumplieron la función del eterno resto diurno que envolvió y “ligó”  -como ella bien remarca- la “memoria inmadura”. Ángela dice al respecto “Es una memoria inmadura y es una memoria traumática, una memoria de shock, no es una memoria de gusto, si yo pudiera elegir recordar algo de cuando era una bebé, elegiría recordar a mi mamá cantando una canción de cuna”.  

La versión que yo tenía sobre mi historia, era que mis padres se habían muerto en un accidente de auto. Eso es lo que me habían dicho. Pero si escucho una frenada de auto no tengo miedo;  en cambio si escucho un “cuetazo” (disparo) aunque sea de juegos artificiales, me muero de miedo. Luz de golpe, luces fuertes son cosas que me hacen mal al sistema nervioso y que recién ahora lo sé, y puedo hacer algo con eso. Antes me asustaban muchísimo y no sabía qué eran, de dónde venían. Ahora puedo hacer algo porque sé a qué ligarlo.

Comencé a pensar en el inestimable valor probatorio que estos sueños tienen cuando estuve a cargo de la política estatal de acompañamiento a víctimas- testigo en los juicios por delitos de lesa humanidad en Argentina. Un registro -el onírico- que no tiene ningún valor, ningún sitio para la justicia. Sin embargo, suele ser el verdadero reducto de verdad. Una verdad fundada en la falla compacta de la que habla Lacan en el Seminario 20 , una verdad que retorna de un lugar anterior a todo lo reconstruido a instancias del lenguaje.  Radica en esa verdad una contundencia voraz. Lo que J. Alemán llama “el suelo natal del sujeto” cuando dice que Lalengua que se habla es más “originaria” que el lenguaje, pues la misma surge del encuentro traumático entre la masa corporal del ser vivo y los signos que lo capturan.

El discurso jurídico hecho de letras unívocas, registros absolutos y lógicas inequívocas exige un tratamiento de la verdad que excluye la división del hablante. Frente a ello, el sueño-testimonio del que hablamos, tiene el carácter de un acontecimiento ante la justicia, derivado del acto de un Sujeto, cuya fuerza arrolla la opacidad de lo jurídico, mostrando que esa verdad solo puede provenir de la fractura que instituye lo inconsciente y que eso que llamamos memoria del testigo, se re-escribe en cada uno de estos actos.

Si consentimos que el retorno de lo reprimido como nos advierte Freud, no es algo que haya sucedido ni tampoco algo traumático que el sujeto reprimió, sino que se trata de un punto constitutivo de su división, que permite organizar una posible lectura sobre ese pasado ¿pueden los sueños ser probatorios de los sucesos histórico-políticos que acontecieron aún cuando sepamos que no pueden simbolizar en su totalidad lo ocurrido? ¿pueden serlo a través de “memorias inmaduras” de sujetos que aún no alcanzados por el lenguaje, demuestran radicalmente que el cuerpo es el cuerpo del hablante? Freud demostró que sí.

Planteábamos más arriba que lo que mueve al Sujeto, para Lacan, es un deseo de despertar y tomando esta afirmación sostenemos que en Ángela y con Ángela, su sueño retorna para despertarla. La “pulsión aflorante de la fijación traumática” que Freud describe, podría asimilarse al resto diurno de aquello que quedó resonando de la escena del auto. Convertido luego en ruido, en voz, en huellas mnémicas visuales y acústicas, que retornan al modo de reproducción de escenas infantiles reales que se dan muy rara vez -como él mismo describe-; llevando a Ángela directamente al núcleo de verdad de una escena tan desconocida como vivida.

De allí surge para ella y para quienes la escuchamos, la pregunta por la memoria. ¿Se tiene una memoria? pregunta de Lacan en el Seminario 23, para decir que lo que hay es la “creación” de lalengua, y  aclara que en ese lugar de la memoria hay “inconscientes particulares en la medida en que cada uno, a cada instante, da un retoquecito a la lengua que habla”, el campo del sentido, un sentido que no existe como tal, que incluso cuando se lo quiere alcanzar se revela como pleno agujero. Lo dice de un modo muy gracioso “Lo simbólico se distingue por especializarse, si puede decirse así, como agujero.” Pero agrega que el verdadero agujero, real, está donde se revela que no hay Otro del Otro así como el sentido es el Otro de lo real y aclara que si el lugar del Otro del Otro no tiene ningún tipo de existencia, lo real tampoco, que está en suspenso y que sólo puede tratarse en definitiva de Fragmentos de real.

Así, Freud decía que soñamos para seguir durmiendo y Lacan que nos despertamos para seguir soñando. Los dos nos han dado inmensas pistas para llegar hasta acá.


[1] Ángela – hoy Urondo Raboy –  es poeta, escritora, dibujante. Hija de la periodista Alicia Cora Raboy y el poeta Francisco “Paco” Urondo. Ambos fueron víctimas de la última dictadura cívico-militar en Argentina. Alicia continúa desaparecida, Paco fue asesinado en el operativo que tuvo lugar en junio de 1976. Luego de un derrotero por el Centro Clandestino de Detención (CCD) “D2” siendo una bebé y posteriormente por la Casa Cuna de Mendoza, Ángela sufre un cambio de identidad, recuperándola jurídicamente recién en 2012.

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Bibliografía

Alemán, Jorge, Kamchatcka, Revista de análisis cultural, El poder no es el suelo natal del sujeto, entrevista de José A. Raymondi, 2017.

Alemán, Jorge, Izquierda lacaniana: textos intervenidos, Ed Modesto Rimba, 2021

Freud, Sigmund. Escritos sobre el sueño y La interpretación de los sueños. Amorrortu Editores. Buenos Aires, 2017.

Lacan, Jacques. La Tercera. Intervenciones y textos 2. Editorial Manantial. Buenos Aires, 1993.

Lacan, Jacques. El Seminario libro 20. Aun. Editorial Paidós. Buenos Aires, 1995.

Lacan, Jacques. El Seminario libro 23. El Sinthome. Editorial Paidós. Buenos Aires, 2006.

11 julio 2021

Permiso

 

PERMISO

El patrón que hoy es calle en el cuartito del fondo

Hola. Por favor, no se asuste. Soy la hija de Silvia, ¿se acuerda de mí? Celeste, sí. Era chiquita cuando iba a su casa. Claro, pasó mucho tiempo. Sí, mi mamá andaba para todos lados conmigo a cuestas y a mi hermano más grande, lo dejaba en casa. Él sabía hacer muchas cosas, cuidaba todo cuando no estábamos y se las arreglaba para prepararnos algo rico con lo que hubiera para comer. Pero a mí no me podía cuidar él y mamá no sabía qué hacer conmigo, así que me llevaba a todas partes con ella, claro. Papá murió cuando cumplí dos. Fue un accidente de auto, sí. Terrible. No se pudo salvar nada. Mamá siempre decía eso y lo lamentaba, pero era dura, nunca lloraba. No, yo no me acuerdo de él, ni tampoco sé cómo era ella antes. No hablaba mucho. Sólo sé que era una mujer de su casa y de pocas palabras. No había terminado la escuela. Se casó a los trece y nunca trabajó hasta que enviudó. Bah, seguro que tuvo mucho trabajo, con las dificultades de mi hermano y las cosas de la familia, pero no tenía la experiencia de salir a ganar dinero. No le quedó otra, después. Esa era su principal referencia, lo más importante, el eje sobre el cual giraba. Ella era una mujer fuerte, orgullosa de lo que hacía, responsable, siempre energética y amable. No puedo imaginar qué persona era ella cuando estaba mi papá. En cuanto al rol social, el trabajo le daba una significación mayor incluso que la viudez o la maternidad. Ser una mujer trabajadora era su vida, su identidad. No la recuerdo haciendo otra cosa, se la pasó trabajando sobre-esforzada. Toda la vida así. Sólo volvía para dormir. Se recostaba en la cama y ahí quedaba, tiesa, sin mover un músculo, por cuatro o cinco horas, pero yo sabía que aunque tuviera los ojos cerrados no descansaba nada. Estaba siempre alerta, en tensión, nunca aflojaba. Se levantaba antes de que asomara el sol, antes de que cantaran los gallos o sonara la alarma. Se daba una ducha y me despertaba. Tomábamos unos mates y salíamos, de farra.

Mucha gente nos tendió una mano y dos también. Abrieron las puertas de sus casas para que mamá las limpiara y tendiera las camas, a cambio de esos pesos que nos ayudaron a subsistir, y sí que lo hicieron. Pudimos vivir bien, pese a todo, nunca faltó nada. Terminé la escuela, estudié. Soy maestra. Me gustan los chicos. Ahora es distinto, pero a veces los veo y me acuerdo. Yo no fui nunca al jardín de infantes, entré directo a la primaria y no sabía jugar. No tuve mucha infancia. Hasta los siete fui con mamá a todas las casas donde trabajaba. Aprendí otro tipo de cosas. Era muy chica, pero me acuerdo de todo. Y soy agradecida. Hubo cosas buenas, sí, y algunas cosas raras, porque cada casa es un mundo y nosotras rotábamos por varias.

Aprendí a no incomodar y ser discreta, a no llamar la atención. Mi pasatiempo favorito era mimetizarme en el espacio, como si fuera un mueble o parte de un decorado. Bueno, en general se olvidaban de que estaba ahí. Entonces me volvía invisible, realmente, sucedía la magia. Sin querer descubría secretos. Veía cómo la gente se transformaba. Lo que más me sorprendía era el momento cuando las caras que normalmente mostraban, desaparecían y se convertían en otras, como si usaran máscaras. Al final, no sabía cuál era la verdadera, cuál era la falsa. Cambiaban especialmente la voz y la mirada, y hasta se movían de otro modo cuando creían que nadie observaba, como animales en sus dominios, brutales, groseros, dispuestos a cualquier salvajismo. Vi mucha gente así, en ese estado y lo peor no fue verlos. No. Lo peor fue que me descubrieran viéndolos, que me atraparan. Sí. Algo falló, no sé qué hice mal. Quedé expuesta, perdí la invisibilidad. Fue la entrada a otro mundo, que no era mío. Era ajeno, pero se volvió parte de mí. Lo peor es que no sé decirlo todavía. No sé cómo sacármelo. No sé cómo salir. No sé por qué vine, señora, disculpe, ya me voy. Es que necesitaba confirmar que este lugar existe, que era cierto, que no lo imaginaba. Es así. Sucedió. Fue aquí, en esta casa. Ni puedo contarlo hasta el día de hoy. No hay palabras. No hay nada que hacer, no se preocupe, no quiero molestarla. No, tampoco busco nada. Tengo un buen recuerdo de usted y de la chocolatada. Perdón. No quiero que lo tome a mal. Esto fue hace mucho tiempo, lo sé, pero no puedo dejar de recordar, especialmente estos últimos días, desde que pusieron el nombre del señor a la avenida principal. Cada vez que veo el cartel, la náusea me ahoga, me da un mareo que me atraganta. Me viene a la mente su sonrisa y luego su voz. Clara… pero no esa voz blanda de gelatina que usaba en público, no. La otra voz. Cuando hablaba en serio, en ese tono extra suave, más bajo de lo habitual. Lo que decía era firme y preciso, sin tonterías, sin vueltas. No me hablaba como a una nena. Su voz era feroz, encantadora y amarga, eficaz, sin fallas. Me daba un terror que paralizaba y aunque me pudiera mover, no podía hacer nada. Era ineludible. Sólo hacía lo que él decía, me dominaba. Moría de miedo y de vergüenza, porque en realidad no me obligaba. Sólo me lo pedía, o me lo ordenaba, con respeto, de manera educada y yo obedecía, sin resistirme, sin decir palabra.

Me enseñaron a ser obediente. La palabra de los patrones era palabra santa. Especialmente con él, a quien además todos obedecían con reverencias. No imaginaba hacer otra cosa que obedecer y, a la vez, siempre llevaba la culpa adentro, porque sentía que le daba permiso, que lo dejaba. Eso era lo peor. Era así. Entendía que eran las reglas del juego, era el precio de la subsistencia, la desgracia, el valor de la comida diaria. Entonces lo dejaba que me llevara al cuartito del fondo, al lado de la pileta, mientras mamá limpiaba alguno de los baños, a la hora de la siesta.

Usted sabe. Entró y salió por la puerta, ¿recuerda? Él no se dio cuenta porque estaba de espaldas, pero yo sí, la vi. Usted lo vio. Yo era muy chica. Nunca le dije a nadie, ni a mi mamá, ni a mi hermano, ni a mi marido de grande. Nunca hice nada. Pero estos días estuve pensando y yo no quería eso, ¿sabe?

Me robó la autorización y ahora me doy cuenta, claro, que no la necesitaba. Él tenía permitido hacer esas cosas.

El poder sobre mí, todos se lo daban.