31 julio 2010
Veo-Veo
Y con estos ojitos alguna vez vi a mis padres. La lana de un pulover de mamá, el bigote de papá. Vi sonrisas. Vi el sol, la ruta y la montaña. La casita de acá y la de allá. Vi amor. Vi poesía. Y todo lo que ví dejó su huella.
Y también vi miedo.Vi rojo, vi ruido, vi carne. Vi puertas y ventanas. Vi un pasillo con cubículos oscuros a los costados. Vi a mamá ahí. Vi unos tubos largos de metal, acercándose a mi de frente hasta quedar algunos tan cerca de los ojos, que los vi por dentro. Vi negro.
26 julio 2010
25 julio 2010
Simientos
Hay un momento en el que uno se ve a los ojos, se reconoce en una foto vieja, muy vieja; en la que somos pequeños, más pequeños que en las demás fotos, más pequeños de lo que recordamos, de lo que creíamos recordar; porque al vernos a los ojos hay un instante en el que vemos todo lo que nuestros ojos han visto y todo deja de ser fragmentos, para ser experiencia y memoria.

-"Soy YO"
Dije cundo me ví por primera vez.
Las fotos las guardó más de 20 años Chelita, la mamá de mis hermanos, abuela de mis sobrinos, bisabuela de mi sobrinieto, primera esposa de mi papá; me las dió cuando conocí a los Urondo, hace ya más de 15 años. Cuando me ví me cayeron todas las fichas juntas: de que Yo era Yo. De que uno es una sola persona, con todas las vivencias reunidas, a pesar de la desmemoria y la fragmentación. En las fotos se ve un dedo, una mano de hombre que me sostiene: es Papá. Son las únicas fotos que tengo con él. Las sacó mi hermano Javier. Papá no le permitía que le fotografiara la cara porque ya estaba clan destino. Aunque Javi no era del todo obediente; pero esa ya es otra historia. Soy afortunada de poder verme a los ojos, de transitar este auto réconocimiento, esta reconstrucción desde los simientos; ya sin nadie que me mienta.
Mi pequeña revolución.
*Dedicado a Jorgelina, que sabe.
14 julio 2010
13 julio 2010
06 julio 2010
Hijos-de.
Ser Hijos para siempre, no iba a funcionar. Núnca funciona. Algún día hay que crecer y cambiar de rol. Madurar para en algún momento poder hacer también, los propios hijos.
Cuando nos empezamos a agrupar bajo ese nombre todavía estábamos en edad de ser Hijos y no había nada fuera de lugar llamándose así. Con los años, me di cuenta de que el rótulo Hijos-de funcionaba como filtro, como un escudo que proteje a los demás de oír claramente: que el terrorismo de estado fué en contra nuestro, en primera persona y no solamente en contra de nuestros padres. Aunque es verdadero y legítimo que somos y seremos para siempre Hijos-de, es solo una parte de lo que somos y funciona como una distracción que diluye el peso de nuestras propias vivencias, alejando el foco de atención, moviendo el eje.
Somos la última generación afectada directamente por represión de la dictadura, no solamente los huerafanitos, hijos de la generación desaparecida. En muchos casos, somos o fuimos, los desaparecidos mismos. Los desaparecidos más jóvenes, los nacidos en cautiverio. Los niños hechos prisioneros, botín de guerra, torturados para que nuestros padres cantaran. Fuimos baleados. Vimos como acribillaban a papá o violaban a mamá. Los que además perdimos a nuestros hermanos, perdimos las identidades. Fuimos separados de todo lo que conocíamos. Perdimos todo, desde los juguetes hasta el nombre. Conocimos el miedo de que entraran a nuestras casas y cuando crecimos núnca pudimos vivir en una casa de la que no supiéramos cómo escapar - porque las secuelas no siempre se ven, pero que las hay, las hay-. Porque tuvimos que adaptarnos a vivir con padres sustitutos. Porque en muchos casos fuimos apropiados. Somos los NNs. Los que pudimos saber la verdad y los aún no la conocen. Los que tuvimos más o menos suerte. Los que sobrevivimos. Los que no. Los comprometidos, los negadores, los que pudimos recuperar algo, los que seguimos la misma lucha, los que no sabemos de que se trata. Los que aunque perdamos las muelas, la seguimos masticando, ver si se ablanda o a ver si sirve para algo.
Y me doy cuenta de que mis hijos, también son Hijos, sobrinos y nietos (de desaparecidos). Aunque todvía no existan palabras para contárselos. Como no existen palabras para tantas cosas. Palabras que sinteticen, que contengan, que signifiquen algo de todo esto que hay para contar. Que expliquen las remotas y particulares consecuencias del terrorismo de estado sigue ofreciendo, aún pasado todo este del tiempo. Palabras que habremos de inventar si queremos decir algo nuevo, algo propio sobre lo que nos pasó, sobre lo que no nos ha dejado de pasar.
Cuando nos empezamos a agrupar bajo ese nombre todavía estábamos en edad de ser Hijos y no había nada fuera de lugar llamándose así. Con los años, me di cuenta de que el rótulo Hijos-de funcionaba como filtro, como un escudo que proteje a los demás de oír claramente: que el terrorismo de estado fué en contra nuestro, en primera persona y no solamente en contra de nuestros padres. Aunque es verdadero y legítimo que somos y seremos para siempre Hijos-de, es solo una parte de lo que somos y funciona como una distracción que diluye el peso de nuestras propias vivencias, alejando el foco de atención, moviendo el eje.
Somos la última generación afectada directamente por represión de la dictadura, no solamente los huerafanitos, hijos de la generación desaparecida. En muchos casos, somos o fuimos, los desaparecidos mismos. Los desaparecidos más jóvenes, los nacidos en cautiverio. Los niños hechos prisioneros, botín de guerra, torturados para que nuestros padres cantaran. Fuimos baleados. Vimos como acribillaban a papá o violaban a mamá.
Y me doy cuenta de que mis hijos, también son Hijos, sobrinos y nietos (de desaparecidos). Aunque todvía no existan palabras para contárselos. Como no existen palabras para tantas cosas. Palabras que sinteticen, que contengan, que signifiquen algo de todo esto que hay para contar. Que expliquen las remotas y particulares consecuencias del terrorismo de estado sigue ofreciendo, aún pasado todo este del tiempo. Palabras que habremos de inventar si queremos decir algo nuevo, algo propio sobre lo que nos pasó, sobre lo que no nos ha dejado de pasar.
El espíritu de la cosa
La última asamblea de la que participé en H.I.J.O.S. se había extendido hasta pasada la medianoche.
Se discutían los puntos que nuestra regional iba a presentar en el próximo encuentro nacional al que asistirían representantes de Hijos de todo el país. Capital Federal iba a proponer cambios en los lineamientos básicos de la agrupación y el ítem en conflicto decía: "Reivindicamos el espíritu de lucha de nuestros padres". Las voces que más se alzaban, pedían que se eliminara la palabra 'espíritu' de la frase.
Yo estaba en Hijos porque acababa de enterarme que era hija de desaparecidos, necesitaba ocupar el rol social que me correspondía. Iba por la gente, por el idilio de estar entre pares, escarbándonos los ombligos. Nunca me importó el temario. Nunca había reparado en el contenido puntual del lineamiento, pero al eliminar el 'Espíritu' que era el costado romántico de la cosa, me quedaba con 'la Lucha' a secas: Lucha cruda, ajena y sobre todo, desconocida.
Eran los 90s del olvido reconciliatorio, imperio de la impunidad. Nuestra voz parecía valer nada hacia afuera y de pronto, sentí que tampoco tenía valor adentro. A muchos de nosotros recién se nos empezó a abrir la verdad sobre nuestros orígenes, cuando fuimos alcanzando la mayoría de edad. Fuimos encontrándonos, acercándonos como imantados, con una gran necesidad de estar juntos y de a poquito ir desmenuzando esa mostrosa Historia en común. Los que la conocían desde siempre, llevaban cierta ventaja y asumían un rol más protagónico. Los nuevos, más vulnerables, recién desayunados, nos quedábamos pululando en los alrededores de la burbuja, por los pasillos, en la cocina o en la periferia de la mesa de debate, del que yo nunca participaba por la ferocidad de algunas respuestas.
En la asamblea quedaba muy poca gente, pero los que conocían la dinámica se quedaban hasta el final (que en el sistema horizontal era cuando mejor se podía bajar línea o ganar la rosca por cansancio). Entonces se fue pasando de "Reivindicar el espíritu de lucha de nuestros padres" a "Reivindicar la lucha de nuestros padres" y una voz más fuerte que las anteriores impuso un "Y porqué no reivindicar también la lucha armada? O qué? Acaso somos todos cagones que no nos animamos a reivindicar de frente la lucha armada?"
y ese fué mi límite.
Por primera y única vez, pedí la palabra y cuando llegó mi turno expliqué: que yo acababa de descubrir mi historia y que, no por cagón pero si por ignorante, se me hacía enorme, insostenible esta bandera de la lucha armada. Que yo desconocía la lucha ( y casi todo el resto) de mis viejos y que por lo tanto no podía avergonzarme ni estar orgullosa. No puedo reivindicar lo que no conozco. También dije que creia que Hijos debía enfocarse primero hacia adentro para profundizar en conocer y cruzar las historias de todos los compañeros y que cuando todos, absolutamente todos, tuviéramos claro quienes somos, de donde venimos y cuál fue la lucha de nuestros padres, en particular y no solo en general, entonces podríamos pensar en reivindicar la lucha e incluso tal vez también la lucha armada y no solamente un moderado 'Espíritu de lucha'. Por otro lado agregué que reivindicar las acciones (buenas o malas )de los padres (vivos o muertos) no era el rol de ningún hijo. Que en cambio si era rol de los padres reivindicar las acciones de sus hijos y que las generaciones mas jóvenes era lógico que cuestionaran a las generaciones anteriores en vez de reivindicarlas, para que pueda existir evolución, desde la construcción crítica.
Me tiraron con todo
Como si me hubieran cambiado los polos del magneto, de pronto la fuerza del rechazo.
Me recriminaron especialmente que justo yo: hija-de, pudiera dudar en reivindicar la lucha, si mi padre había sido un héroe revolucionrio y no haberlo conocido antes, mia culpa. Me ladraron que si yo no iba a acatar lo que se decidiera en la asamblea, me fuera.
Y me fuí.
Eyectada
a amasar solita, todo eso que se me había ocurrido que teníamos que hacer juntos.
...............
Será que núnca creí en las figuras de héroes mártires?
Será mi naturaleza desacatada y cuestionadora?.
Será que he visto el árbol? o será que ví el bosque?
Todavía no lo se.
...............
(pero en este momento de la vida, tan distinto, estoy sintiendo el imán otra vez activo, que tira y tira...y tiende a juntarnos.)
Se discutían los puntos que nuestra regional iba a presentar en el próximo encuentro nacional al que asistirían representantes de Hijos de todo el país. Capital Federal iba a proponer cambios en los lineamientos básicos de la agrupación y el ítem en conflicto decía: "Reivindicamos el espíritu de lucha de nuestros padres". Las voces que más se alzaban, pedían que se eliminara la palabra 'espíritu' de la frase.
Yo estaba en Hijos porque acababa de enterarme que era hija de desaparecidos, necesitaba ocupar el rol social que me correspondía. Iba por la gente, por el idilio de estar entre pares, escarbándonos los ombligos. Nunca me importó el temario. Nunca había reparado en el contenido puntual del lineamiento, pero al eliminar el 'Espíritu' que era el costado romántico de la cosa, me quedaba con 'la Lucha' a secas: Lucha cruda, ajena y sobre todo, desconocida.
Eran los 90s del olvido reconciliatorio, imperio de la impunidad. Nuestra voz parecía valer nada hacia afuera y de pronto, sentí que tampoco tenía valor adentro. A muchos de nosotros recién se nos empezó a abrir la verdad sobre nuestros orígenes, cuando fuimos alcanzando la mayoría de edad. Fuimos encontrándonos, acercándonos como imantados, con una gran necesidad de estar juntos y de a poquito ir desmenuzando esa mostrosa Historia en común. Los que la conocían desde siempre, llevaban cierta ventaja y asumían un rol más protagónico. Los nuevos, más vulnerables, recién desayunados, nos quedábamos pululando en los alrededores de la burbuja, por los pasillos, en la cocina o en la periferia de la mesa de debate, del que yo nunca participaba por la ferocidad de algunas respuestas.
En la asamblea quedaba muy poca gente, pero los que conocían la dinámica se quedaban hasta el final (que en el sistema horizontal era cuando mejor se podía bajar línea o ganar la rosca por cansancio). Entonces se fue pasando de "Reivindicar el espíritu de lucha de nuestros padres" a "Reivindicar la lucha de nuestros padres" y una voz más fuerte que las anteriores impuso un "Y porqué no reivindicar también la lucha armada? O qué? Acaso somos todos cagones que no nos animamos a reivindicar de frente la lucha armada?"
y ese fué mi límite.
Por primera y única vez, pedí la palabra y cuando llegó mi turno expliqué: que yo acababa de descubrir mi historia y que, no por cagón pero si por ignorante, se me hacía enorme, insostenible esta bandera de la lucha armada. Que yo desconocía la lucha ( y casi todo el resto) de mis viejos y que por lo tanto no podía avergonzarme ni estar orgullosa. No puedo reivindicar lo que no conozco. También dije que creia que Hijos debía enfocarse primero hacia adentro para profundizar en conocer y cruzar las historias de todos los compañeros y que cuando todos, absolutamente todos, tuviéramos claro quienes somos, de donde venimos y cuál fue la lucha de nuestros padres, en particular y no solo en general, entonces podríamos pensar en reivindicar la lucha e incluso tal vez también la lucha armada y no solamente un moderado 'Espíritu de lucha'. Por otro lado agregué que reivindicar las acciones (buenas o malas )de los padres (vivos o muertos) no era el rol de ningún hijo. Que en cambio si era rol de los padres reivindicar las acciones de sus hijos y que las generaciones mas jóvenes era lógico que cuestionaran a las generaciones anteriores en vez de reivindicarlas, para que pueda existir evolución, desde la construcción crítica.
Me tiraron con todo
Como si me hubieran cambiado los polos del magneto, de pronto la fuerza del rechazo.
Me recriminaron especialmente que justo yo: hija-de, pudiera dudar en reivindicar la lucha, si mi padre había sido un héroe revolucionrio y no haberlo conocido antes, mia culpa. Me ladraron que si yo no iba a acatar lo que se decidiera en la asamblea, me fuera.
Y me fuí.
Eyectada
a amasar solita, todo eso que se me había ocurrido que teníamos que hacer juntos.
...............
Será que núnca creí en las figuras de héroes mártires?
Será mi naturaleza desacatada y cuestionadora?.
Será que he visto el árbol? o será que ví el bosque?
Todavía no lo se.
...............
(pero en este momento de la vida, tan distinto, estoy sintiendo el imán otra vez activo, que tira y tira...y tiende a juntarnos.)
04 julio 2010
El pez, por la boca...
"ACTA DE PROCEDIMIENTOS: En
MENDOZA, Junio 17 de 1976 …. Juntamente con el .../… agréguese a la causa que se instruye, solicitándose --- pertinentes al caso.
Policía de Mendoza, departamento de informaciones policiales D2."
02 julio 2010
Faltantes
Cuando soy chica siempre sueño que estoy descalza en el colegio. Me siento desnuda y tengo que ocultarlo. Me aterra que la maestra me llame al frente y que todos puedan verlo. Es difícil correr con los pies desnudos. Tengo que volver a casa. Bajo del colectivo, llego a la esquina, doblo por el pasaje: la casa de las rejas, la del perrito salchicha, la de mármol negro, la casa de mi amiga Nato y algo raro, después sigue la casa de doña María, la de la maestra que le da clases particulares a Lorena Paola y más allá en la otra esquina, la casa de mi amigo Hernán.
Todas las casas de la cuadra están.
Menos la del medio. La mía.
Todas las casas de la cuadra están.
Menos la del medio. La mía.
Espejitos de colores
Cundo era chiquita tenía problemas para acordarme de como era mi propia cara.
En mi mundo infancia, necesitaba verme al espejo -o en cualquier otra cosa que me reflejara- para confirmar mi apariencia. Podía recordar por separado como eran los ojos, la boca, el pelo o el mentón, pero no lograba figurar una imagen integrada de mi misma, con todos los elementos. Mi auto percepción era a base de detalles inconexos. Hasta los 20 años no pude reconocerme, ni identificarme.
A los 17 recién supe el nombre de mi papá y su profesión. Me dijeron que escribía libros sobre economía y a mi me pareció muy aburrido. De todos modos me metí en muchas de las librerías de la avenida Corrientes a preguntar si tenían algún libro de Urondo. Los libreros me miraban como a un bicho raro, sapo de otro pozo -y era cierto-. Algunos ni lo conocían y los pocos que si, me decían que eso lo tenía que buscar en librerías especializadas. Yo no tenía ni idea de lo que era una librería especializada. pero eso no era urgente, teniendo en cuenta las muchísimas otras cosas importantes, de las que yo tampoco tenía ni idea en esa época.
A los 18 vi la primera foto de papá. Era una fotocopia de una revista: Papá en blanco y negro, saturado de contraste, con gruesos y oscuros bigotes y abundante pelo negro. Un aspecto muy masculino y Peronista. Un morocho Argentino, que en mi cabeza era confundible con la imagen de Gardel, o de Rucci por ejemplo -si se me permite la rareza-.
A los 20, me reencontré con la familia que había perdido y fue muy sorprendente ver a papá tan distinto en las fotos de la familia de su infancia y su juventud: con la piel suave, sus rasgos casi delicados para un hombre, el pelo arrubiadito, su sonrisa, el contorno redondo de las mejillas, la cara asimétrica, el mentón sobresaliente, los ojitos chicatos bastante parecidos a los míos. Todo tan parecido a mi.
Revelador.
A medida que conozco todo lo que había sido omitido, me voy consolidando. No se en que momento ocurrió que ya supe como yo era. Cuando fué que dejé de no saber, de no recordar.
Mi sensación es que nací ese día: cuando las piezas dejaron de no-encajar
cuando pude empezar a reconectar lo que había sido disociado.
cuando pude empezar a reconectar lo que había sido disociado.
Todo lo anterior a Saber, ahora me resulta lejano. Ajeno.
Casi como una ficción.
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