02 julio 2010

Espejitos de colores

Cundo era chiquita tenía problemas para acordarme de como era mi propia cara. 
En mi mundo infancia, necesitaba verme al espejo -o en cualquier otra cosa que me reflejara- para confirmar mi apariencia. Podía recordar por separado como eran los ojos, la boca, el pelo o el mentón, pero no lograba figurar una imagen integrada de mi misma, con todos los elementos. Mi auto percepción era a base de detalles inconexos. Hasta los 20 años no pude reconocerme, ni identificarme.
A los 17 recién supe el nombre de mi papá y su profesión. Me dijeron que escribía libros sobre economía y a mi me pareció muy aburrido. De todos modos me metí en muchas de las librerías de la avenida Corrientes a preguntar si tenían algún libro de Urondo. Los libreros me miraban como a un bicho raro, sapo de otro pozo -y era cierto-. Algunos ni lo conocían y los pocos que si, me decían que eso lo tenía que buscar en librerías especializadas. Yo no tenía ni idea de lo que era una librería especializada. pero eso no era urgente, teniendo en cuenta las muchísimas otras cosas importantes, de las que yo tampoco tenía ni idea en esa época.
A los 18 vi la primera foto de papá. Era una fotocopia de una revista: Papá en blanco y negro, saturado de contraste, con gruesos y oscuros bigotes y abundante pelo negro. Un aspecto muy masculino y Peronista. Un morocho Argentino, que en mi cabeza era confundible con la imagen de Gardel, o de Rucci por ejemplo -si se me permite la rareza-.



A los 20, me reencontré con la familia que había perdido y fue muy sorprendente ver a papá tan distinto en las fotos de la familia de su infancia y su juventud: con la piel suave, sus rasgos casi delicados para un hombre, el pelo arrubiadito, su sonrisa, el contorno redondo de las mejillas, la cara asimétrica, el mentón sobresaliente, los ojitos chicatos bastante parecidos a los míos. Todo tan parecido a mi.

Revelador.

A medida que conozco todo lo que había sido omitido, me voy consolidando. No se en que momento ocurrió que ya supe como yo era. Cuando fué que dejé de no saber, de no recordar.
Mi sensación es que nací ese día: cuando las piezas dejaron de no-encajar
cuando pude empezar a reconectar lo que había sido disociado.

Todo lo anterior a Saber, ahora me resulta lejano. Ajeno.


Casi como una ficción.