17 junio 2017

Des Gracias, para Revista Haroldo

17/06/2017

No les voy a dar las gracias

En 1976, a los 11 meses, la autora de este texto fue secuestrada y entregada en un orfanato de donde la retiró su abuela materna. No pudo recuperar legalmente su identidad hasta el 7 de agosto de 2012. Es hija de la periodista Alicia Cora Raboy, aún desaparecida, y del escritor Paco Urondo, de quien hoy se cumplen 41 años de su asesinato. Un texto conmovedor que habla del doloroso camino de la reconstrucción personal. 

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Alicia Cora Raboy y Fracisco Paco Urondo

Gracias. Por la inversión. Por todo lo que compraron. Por el dinero que gastaron en mí (especialmente en vacaciones, muchas gracias por el mar). Gracias. Por los regalos, las fiestas, los cumpleaños. Por la ropa de calidad y el confort accesorio. Gracias. Por la medicina prepaga más cara del mundo y el colegio privado, que porque bancás más, te banca mejor. De corazón, gracias por los talleres de arte, las escuelas de teatro, moda y gastronomía. Por el acceso a las herramien- tas que me permitieron expresarme. Gracias. Por toda la comida suministrada (en particular, los knishes y todas las comidas judías). Gracias. Por haber conservado mi nombre de pila, cuando tuvieron la oportunidad de cambiarlo. Gracias. Por el amor de los vínculos puros, nacidos a partir de lo otro. Gracias. Por los intentos terapéuticos, por los ejemplos contundentes y la escenografía. Gracias. Por el gusto, la distincióy el esnobismo. Por lo poco que va quedando en común. Gracias. Por los vicios de clase. Por los patines. Por las burbujas. Por lo esotérico. Por lo kitsch, lo grasa. Gracias. Por el permiso para hacernos tanto los boludos. Gracias. Por las etiquetas, adjetivos, preconceptos y rótulos. Gracias. Por cada una de las lecciones aprendidas. Gracias. Por marcar diferencias entre “el bien” y “el mal”, aunque al final no hayamos coincidido en las conclusiones. Gracias. Por cargar las tintas. Por los escarmientos. Por la adrenalina. Gracias. Por lo extremo. Gracias. Por el contrastado sentido de justicia. Gracias. Por el respaldo material que prefirieron no dejarme. Gracias. Por lo duro. Por lo blando. Por lo contradictorio. Gracias. Por el techo. Por la fruta. Gracias. Por arremeter tanto contra lo diferente, invitándome a enraizar en todo lo que me diferenciaba. Gracias. Por ser el faro luminoso del puerto equivocado donde no queremos amarrar. Gracias. Por darse cuenta de que cambiaron los tiempos. Por respetar mis decisiones, como fuera, muchas gracias, por acompañar este proceso de desvinculación sin oponerse. Gracias. Por haberse dado cuenta a tiempo de que liberar iba a ser lo más fácil y lo mejor para todos. Gracias. Por aceptar la pérdida que, de una buena vez, se tenía que producir. Enormes gracias. Por la inmejorable distancia física, y por evitarme prolongar nuestras diferencias en el tiempo. Gracias. Por la firma que para siempre nos libera.

¿Algo más que decir? ¿(Des)Gracias por haber omitido todo sobre mi historia anterior y mis padres? ¿(Des)Gracias por no haberlos tenido presentes de ninguna forma? ¿(Des)Gracias por evitarme el conflicto de saber quién soy? ¿(Des)Gracias por el hermetismo, por la apropiación de lo ajeno? ¿Por mantener la intriga, por los silencios, por la falta de respuestas? ¿(Des)Gracias por haber trucado cositas para cambiarme el apellido e imponer durante veinte años que fuese alguien más? ¿(Des)Gracias por “¡evitar que los comandos subversivos me secuestrasen!”? ¿(Des)Gracias por mantenerme aislada de mi familia montonera y peligrosa?

No. Ni en chiste, ni desde lo más cínico. Duele.

De la boca para afuera, importaba que se oyera una versión de las cosas, pero adentro la historia era otra, los valores eran otros, los ejemplos... Todavía escribo para salir de esa opresión, de esa forma de versionar los hechos a la que fui acostumbrada, obligada.

No voy a dar nunca las gracias por esa jaula de mentiras que a veces todavía me aprisiona. No voy a dar las gracias por los fundamentos torcidos, por los motivadores e-motivos cambiados de lugar. No voy a dar las gracias por algo que se nombró generoso y caritativo, pero cuyo motor fueron las ganas de los egos, la necesidad de llenar sus propios agujeros, de cubrir sus exclusivas y excluyentes expectativas. No les voy a dar las gracias por ese rol preestablecido, en el que nunca iba a poder encajar. No les voy a dar las gracias. De nada.

No quisiera borrar con la mano lo que tanto me costó escribir con los codos.

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Angela con Alicia.

Nombre propio

(7 de agosto de 2012)

Desde el día de hoy, puedo decir que soy legalmente Raboy y Urondo. El Estado democrático y la Justicia de la verdad acaban de hacer efectiva mi restitución legitimando mi identidad, otorgándome finalmente (o principalmente, según se mire) el nombre que me significa. Nombre que concadena y enraíza, nombre que identifica como miembro de la familia a la que correspondo, devolviéndome hija de mi madre, inscribiéndome por primera vez hija de papá, reinscribiéndolos a ellos, juntos, padres míos, restituyéndolos simbólicamente a su rol. Ningún logro puede compararse con el que acabamos de alcanzar. Enmarcado, junto con el reencuentro con mi historia y el nacimiento de mis hijos, como un momento de los más felices y significativos de mi vida.

Gracias, familia. Gracias, amigos. Gracias a todos los que me acompañaron y me apoyaron en este duro proceso. Gracias, CELS; infinitas gracias a quienes trabajaron en esta causa: Diego, Carito, Gastón, Perro, Laura, Poly, Facundo, María José, y a todos de los que me estoy olvidando de mencionar, pero que valoro por cada granito de arena que fueron aportado a ésta, que fue una construcción colectiva. Gracias a todos, soy. Ángela Urondo Raboy.

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Resti

La restitución de la identidad es un proceso largo, pausado y permanente. Hay múltiples puntos de partida e hilos conductores formando un entramado sostén que se construye a medida que se van encontrando las propias raíces y éstas empiezan a poder nutrir, fortaleciendo, solidificando los cimientos mediante el conocimiento de uno mismo y de la propia historia. La trama es uno mismo.

No es un camino todo rosado. Por un lado, ocurre la identificación natural que se siente hacia lo propio, con la familia o con quienes les ha tocado encarnar alguna forma de la misma historia, y por otro, de modo inverso, se va dando la enajenación de lo impropio. Es una instancia de recupero pero, simultáneamente, se da un proceso de revisión y cierre. Doloroso desmolde, nada sencillo.

Durante muchos años, y a pesar de todo, me sostuve en territorio gris, transitando la disyuntiva sobre la posibilidad de esta ruptura, que también implicaba una nueva pérdida. Yo no quería seguir perdiendo y me ahogaba en contradicciones propias y ajenas, en nombre de falso amor. Atravesé el dolor infinito al distinguir falso amor entre gestos de cuidado cotidianos. Pasé una vida aparte, tratando de compatibilizar lo contradictorio, confundiéndome en el doble discurso, obedeciendo el ninguneo vertical, el “vos no sos nadie”, aceptando la omisión de los míos del relato histórico. Hay cosas muy difíciles, incomprensibles, que producen sentimientos raros, complejos, emociones muy ambiguas. No es fácil romper con lo que alguna vez fue todo. Da culpa, es triste. Hasta que llega el punto (o los puntos, porque como los de partida, los puntos de ruptura también son múltiples) en que se comprende internamente, o mejor dicho, se siente que no se podrá ser libre hasta lograr salirse de la trampa.

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Angela con Paco, a media cara: estaba clandestino y no permitía que lo fotografiasen.

Las adopciones, especialmente cuando son plenas, suponen vínculos permanentes e indisolubles, pero aquel se disolvía en sus propias mentiras. Mentiritas, omisiones, trampitas que no constituyen delitos punibles, pero que traen consecuencias (tanto para mentidor como para mentido). La apropiación de la historia y el desamor de las mentiras me hicieron comprender que no perdía nada perdiendo el vínculo impuesto. Que perder algo ajeno no era perder, sino una oportunidad de continuar con lo que corresponde. Ni más, ni menos. Decidí devolverme. Decidí devolverme a mis padres. Restituirme a mí misma, como un acto absoluto de soberanía. Di el salto, creyendo que al vacío, pero estaba lleno de los míos, sosteniéndome. Fui asumiéndome, hija de estos padres míos que ya no están, y aprendiendo a vincularme con la ausencia. Apelé lo inapelable. Moví lo inamovible. Transgredí, subvertí, cuestioné. Derribé a patadas lo establecido, constructivamente. Sacudí el universo establecido, accionando una evolución. Revolucionando. Haciendo realidad sueños, metas y utopías. Concluyendo. Renaciendo.

Para mi restitución fue necesario un juicio de desadopción (figura que legalmente no existe o de la que existen escasos precedentes).
Cinco eternos años de juicio evidenciando desidia, inoperancia e ignorancia judicial frente a un caso atípico. Cinco años suplicando que me oigan y me restituyan, apretando mi urgencia entre las muelas. Explicándole a la Justicia que hubo sustitución de identidad (legal, pero ilegítima), a pesar de estar por fuera de los cánones del sistema de apropiación de niños, a pesar de que no se falsificaron documentos como en los casos más típicos, en que al detectarse el delito la Justicia automáticamente ordena restituir. La dificultad técnica de mi caso parecía ser la falta de este delito. La sustracción de identidad dada en el marco formal de ese entonces, y sin crimen por parte de los adoptantes (aunque sí por parte del Estado). El Estado destructor de la familia. El mismo Estado sustituyente de mi identidad legal, de mi nombre. Y el Estado democrático, que ahora me repara y me devuelve.

Tras muchas dudas. Tras esta larga y honda batalla que tuve que librar, exigiendo ser quien soy, exponiendo los delitos preexistentes: mi madre privada de su libertad, mi padre asesinado y la otra media familia omitida, buscándome, hoy ratifican que esta adopción estuvo mal otorgada.

Rectificar es enderezar, corregir lo que fue forzadamente torcido. Me reacomodo en mi eje y aprendo a evitar los campos magnéticos que me alteran. Aprendo a ser, simplemente, ser, feliz en mi propia moldura. Sin asuntos fundamentales pendientes. Con tanto menos dolor, con el enojo chiquito, como una pequeña cicatriz de una enorme herida antigua. Estos últimos logros compensan tantos momentos duros que me permitirán empezar a disfrutar de otras metas, más normales, con lo primario ya devuelto en su lugar. Se cierra la etapa de las batallas épicas. A partir de ahora, presente, futuro.

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* Fragmento del libro ¿Quíen te creés que sos?, Angela Urondo Raboy, Ed. Capital Intelectual, 2012.

* Francisco “Paco” Urondo (1930-1976) fue un reconocido poeta de la generación de los años ’60 y ’70, novelista, cuentista, dramaturgo, ensayista , guionista de cine y televisión y periodista. Murió asesinado el 17 de junio de 1976 en Guaymallén, en una redada en la cual Alicia Raboy, su esposa, fue secuestrada y continúa aún desaparecida.  
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